¿Qué fue de aquel sueño de la zona fresca donde crece el bambú y el árbol de mango?
Le ansiaba cuando el musgo de los gallineros se extendía frente a mis ojos;
le busqué donde los sabinos besan el lago.
Hay un árbol impronunciable en mi mente:
Le llamaré tormenta lejana,
abedul caído,
¿Cicatrizará los pechos heridos,
sanará las coyunturas inflamadas,
polvo centelleante del mar cristalino?
Le limpié la fiebre cuando estaba dormido;
le llamaré sombra del álamo,
sobre sus hojas escribí esa canción
que canto en el vuelo de la noche.
Llevo tiempos de tiempos reteniendo su sagrado nombre;
sobre estas manos temblorosas me quedó el rocío,
y bajo mi corteza parte de su savia.
Ni fiera ni ignominia cercenaron sus ramas,
fueron limpias y firmes aun sus raíces de mi tierra desprendidas,
y se vistió impecablemente para no volver.