martes, 9 de septiembre de 2025

No preguntes

 



Vio bajar las nubes a esa loma

con olor a perros flacos,

las nubes tan limpias traían un aire fresco,

vio bajar el cielo sin poder subir a él.

A veces parece hay un infierno

entre el paraíso

como los que dicen ser rectos y no lo son.

Habló de los infortunios

y recordó palabras de verdad 

en la boca de una sabia entendida en dolores:

la sacerdotisa anunciaba que era el tiempo

de los vástagos,

los que prueban de qué está de hecha una mujer,

los de cabellos de oro con alma gigante;

esos renuevos que hacen sonar los shofares

al lado de edictos con letras antiguas

donde Dios dicta su nombre al barro

en cuartos de excelsa blancura.

Era la hora de dar su única ofrenda

como la viuda en su escasez

cociendo la torta para el profeta;

como Abel dándose

con el último balido de su oveja.

Indefenso se fue el milagro

en la noche adusta

cuando la mujer cargaba la canasta pesada;

noche de trapos rotos salidos de la entraña

y el baño de sangre…

La vida se ganaba,

la vida se perdía

al chasquear los dedos;

y ella tragándose palabras en el frio rincón,

mordiéndose la lengua

como quien muerde una verdad

que necesita gritarse, y

consolando el corazón de Adán.

Ella guarda la agonía lenta del minuto extenso

en que Abraham no tuvo cordero

para el holocausto.

No preguntes por el aroma de la cattleya

en el altar de piedra;

ella es el sacrificio que sigue ardiendo.


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