Acunó los restos de un popurrí
de flores muriendo bajo la candela
como virutas que la maceta espera;
restos de un opiáceo no descrito,
un vicio sin tóxicos
y sin embargo,
queda un dejo a menta o yerbabuena;
una adicción relajante
como un masaje con lavanda
y el tibio té de azahares,
desinflamante como el árnica,
antiséptico y aromado como los clavos,
recomponiendo la piel como pomarrosa.
Fue testigo secreto
donde nos recostamos a limpiarnos,
a envolvernos las vendas,
y guardó las huellas de viscosas gotas
y sin embargo,
queda una arenilla hosca,
una lengua muerta indescifrable
acuñada en la tablilla de la memoria,
y las agujas sobre las sábanas
sentenciando un poema incompleto.
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