Hay un sollozo en el aire de esta tarde,
una pena franca y transparente
que unta en mis poros su salitre.
El viento en la otra esquina
cruza los brazos y frunce el ceño,
no se le antoja silbar hasta esta calle.
El pechiamarillo vino a buscar comida
en el plato de mi perro negro,
porque la higuera le esquiva la rama
para tomar el fruto.
Nadie quiere hacer su oficio;
se acuclilla la voz en la garganta.
Hay un eco ahogado, medio mudo,
parece el presagio de las grietas
en las entrañas de la tierra
cuando el halito se condensa,
y de pronto, una furia arremete
contra nosotros mismos
-la hojarasca se hace polvo-
Cómplices de mi lenguaje,
las raíces ancestrales
nos convocan a ser volátiles,
a hablar el primigenio idioma antes de Babel,
confabularnos en la triple unidad:
blanco, negro, amarillo;
Dios y yo, y tú conmigo.
2009
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