Suenan las flautas en el viento recio,
Alaska en el oído de la península;
y sin embargo, una isla
sobre la silla vacía:
este fantasma hueco y tu ausencia.
Siento los habilidosos dedos
totalmente huérfanos;
esta tos del desamparo
este ahogo, esta disfonía;
y después del charco: la grieta.
Miro el velero a la deriva
anclado en la roca
donde los albatros chillan;
y los ojos más cerrados que la noche,
y tras los párpados el relámpago.
Pareciera una distopía:
mi cuerpo dejó de ser mortaja
sobre tu cuerpo dulce;
al pechiamarillo le vino la ceguera.
¿Y la armonía después de la caricia?
solemne calla la cigarra,
la oda se ha borrado;
expira el fragmento del poema
consumido en la hoguera de la herida.
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