En el lecho de este mar sin nombre
la roca me otorgó su silencio,
y sólo supe evaporarme con su sazón;
como una mancha de rocío,
como una hoja arrebatada por el viento.
Es cierto, volé, volé sin alfabeto
y aún con aura de poesía,
diseminé migajas de ardiente astro
en la corola expuesta
por cada saeta desollándome.
La hiedra apresaba los muros,
y suricatas hambrientas excavaron
debajo de las piedras,
se difuminó el verde agua del gemido
ante el etéreo discurso del amor.
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