Languideció aquella tarde:
pesaba la infinitud de tu luz
entre las espinas de las rosas,
el oprobio supo rasguñarte
aquellos poros que guardaron silencio.
Procuraste la mudez
para escuchar las voces de los manatíes,
el trompeteo de águilas caídas,
las alas vaticinando el viaje
y un secreto desmembrado descendiendo
por la vendimia impoluta.
Fue el abrebocas de la danza jubilosa
en el lagar prístino,
el vino trasvasado a las copas.
¿Cuánto fuego hay para esta sed?
Tu agua salutífera se desborda
y somos limo blanco que arde,
hay alborozo en la puerta de la mudanza
por las arcas inundadas de la primigenia
Estrella, en estallido de azul.
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