Aprendí a amarte desde afuera
con la herrumbre de los días,
con la fatiga de las horas
y el pan leudado en la canasta.
Con la aurora boreal desfigurada
en la copa de vinagre,
con el anhelo desvelado
y la mueca guardada
en el bolsillo de la ausencia.
Desde el maquillaje
con que embadurno cicatrices,
con el polvo que aja mis talones,
con las lágrimas de otros sin destino.
Con el cálculo sin ajustes
de mis cuentas,
con el alma en la espalda
frente a miradas necias,
y los gobiernos yertos.
Aprendí a amarte desde afuera,
desde el témpano,
porque de tanto calcinarme dentro
ya no pude contenerte:
¡rebosaste!
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