¿Cuándo volveré a ser tu bufanda, padre?
Aún oigo el rugir de las motocicletas
que giraron en el circo del domingo;
aún las cintas que bajaron tu féretro
descuajaron algo dentro mí,
(dolió saber las chispas de tu risa
apagadas con la tierra);
pero nunca escuché
las mordeduras de las ratas
que asolaron el techo de la casa,
los hombres raptados por las sombras
a las 6:30 de la tarde de ese martes.
He olvidado los chistes, padre;
tus amigos no me convidaron
a sentarme en el andén,
ya no juegan fútbol como antes,
no hay quien los lleve al río
a chapotear en sus aguas.
¿Ahora sabes del guiño
que a tus espaldas hicieron?
Te dejamos en tu cumpleaños veintinueve
flores que adornarán tu cabello verde
limpiamos la ventana gris
que mantienes cerrada.
¿Escuchaste mis padrenuestros, padre?
Hoy cumplo diez y me cuesta mucho
develar la alegría entre las nuevas muecas
que poco a poco aparecen en mi rostro;
todavía recuerdo mi muñeca a mis seis,
la billetera rosada y los pañuelos
que no guardé para la borrasca.
Padre te llamo para avisarte:
mi madre vendió el auto y la casa;
ya no voy en los patines
después de hacer la tarea,
también cambiamos de escuela,
vivimos en aquel barrio
donde jugabas al escondite con ella
y la meciste con tus fragancias.
A veces la rabia me tiende lazo
cuando el insomnio se atraviesa
con la sed pegada a la garganta;
y a la madrugada, en los pasillos te clamo,
te hago preguntas
¿Por qué no me llevas, padre?
Y luego recuerdo que varias veces dijiste:
-Carito, eres el hombrecito de la casa-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario