El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra.” — Rosa Montero, libro La ridícula idea de no volver a verte.
Como un lacayo que rescata
lo que queda del estrago,
sigue su marcha,
sacude sus ropas,
sabe que debe lavar las manchas.
Como jinete con su caballo herido,
no le duele su cuerpo
le duelen los hijos, los compañeros;
el animal que le dio su calor,
que le dio regocijo.
Como banderas destruidas
por hombres bárbaros,
pueblo abatido
por depredadores,
molido a dentelladas.
Como el campo incendiado
de quién se levantaba
cada mañana a cultivarlo,
y se echaba al hombro
la pesada carga.
Como la estocada
que le daban al toro,
y desde la tribuna celebraban
los que tenían
la venda oscura.
Esa irrupción quemante, antinatural,
esa detonación refulgiendo
hasta pulverizar palabras
que el corazón se traga,
tú la conoces.
Y me conoces,
y sabes lo que resta:
el sueño guardado
de la que te sueña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario