Suenan las trompetas para esta distancia;
la efervescencia inversa
ya no implosiona en la entraña;
los advenedizos oxidan los utensilios
y enseñan los despojos.
La mujer de Lot reaparece,
su fantasma merodea laberintos.
¿Lloraré con la melancolía del violonchelo
sobre su base de sal para derretirla,
antes de que se forme su cabeza?
A veces me arrastra el desarraigo,
me hala de los cabellos,
y soy sólo una mente que flota.
Le impuse las manos a la oscuridad
que me persigue,
he desvanecido algunas sombras*,
pero no su furor.
Escalo la estatua de la justicia
para quitarle su venda,
descubro sus ojos con cicatrices.
Ojalá los clavos no alcancen mis manos,
yo que acostumbro a esconder mis cruces.
La nieve de la montaña se remueve;
no así mi casa, ella tiembla y sigue en pie
como el pie que me afirma en la cuerda.
¿Cuántos castillos pintamos en el aire?
En el interior, la mansión tiene su hoguera,
no seas el rinoceronte que la apaga.
La espada nunca dejó de asomarse por la boca.
*texto original, fue modificado
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