A la deriva, me dejaste en altamar
sin alforja, sin cinto, sin vestido
sin vianda para llevar
como va el apóstol,
como va el profeta,
sin saber a dónde conduce la veleta,
cuál es la meta.
A la deriva, me dejaste en altamar
y no puedo juzgar quién traicionó
la mesa donde me solía sentar,
con la habilidad que el Espíritu me dio.
Y sé que nada soy:
menos que la flor de la hierba,
menos que la partícula que se barre
porque ni la cara dieron
solo enviaron el veneno.
A la deriva, me dejaste en altamar
y mis manos están cansadas de bogar;
espero los cielos abiertos,
ser limpia del vituperio.
Que se vayan las tinieblas,
que deje de atragantarme con el llanto;
yo solo quiero darte mi canto
como cada tarde pedías,
y la risa venía a mí con facilidad;
quiero deshacerme de mi fragilidad
sin conservar las durezas,
quiero de Dios sus proezas.
A la deriva, me dejaste en altamar
y no estoy sola
me acompaña soledad;
estás prendado en mi pecho
y no te sabe soltar.
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