I.
Desde hoy se diluye la indolencia de esos ojos que me miran con desdén,
empieza la cuenta regresiva para terminar una guerra que no sembré;
y mi lengua deja de tener esa mancha indómita, rebelde.
II.
Tu ausencia apuñala, y no hay quien desenrede mis cabellos y me diga: todo va a estar bien.
Esta herida aun no cierra por más que me desnude frente al espejo o a su ley,
por más que trate de suturarla con seda o mis silencios, y la exponga a ese anfiteatro donde la piel se tensa, aunque la lágrima contenga.
III.
Hay días, cuando grito, en que no necesito a Pizarnik ni a Poe ni a Vallejo para saber que a mis pulmones les falta el aire y son en parte como algodón mojado comprimido (voy muriendo); en particular cuando recuerdo haber hablado un idioma incomprendido, cuando di la mano y reventaron mis dedos.
IV.
Me pregunto si podré ser un avestruz en este campo abierto y mimetizada pasen de largo los heridores.
V
A veces, parece que soy yo la que me muerdo, y debo pedir perdón por este impulso de escribir de desacuerdos con mi sangre.
VI.
Quiero que me mueva la mano que me vuelve al origen,
la que vence las más densas tinieblas,
la que en sus vuelos ordena las cosas o envía su fuego para quemar lo que estorba en el poema, para pulverizar el lodo.
VII.
En Edén he buscado las hojas para cubrirme, espero de Dios mi túnica y el manto del día séptimo. Es hora de que mi semilla muera en la tierra más fértil.
19, 20 marzo 2024
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