I.
Desvaneceria la mancha de vino en su boca;
y volvería ese raudal de agua fresca a golpear el acantilado,
contemplaría el océano en calma;
si en esa tu gloria fuéramos hombres de nuevo.
II.
Éramos en la cordillera sin divisiones;
y aprendimos a abrir la puerta de los cercos para resguardar el rebaño.
Aun me dejaste la llave para salir a apacentarlo.
III.
Acomodo poco a poco el lente de mis ojos;
me aparto de esa tela negra y áspera.
Voy lavando la ceniza de mi cara como la hija de Jerusalén,
después la hecatombe y el largo silencio de la noche oscura.
IV.
En este cuarto de luz
donde las águilas vuelan en círculo,
ha descendido el relicario con la tiara y tus dones de oro,
ese regalo de quedarte en mí para siempre.
V.
El corazón apacible,
un trozo de carne perfecta y limpia,
ya no sangra más;
solo debo arroparme con el cobijo
que me brindabas cada día.
VI
Y fuimos una sola carne:
dolor, angustia,
alumbramiento, exultación.
sosiego, paz;
los aromas como un riego nutrido sobre el campo;
dos libros escritos unidos por la misma mano,
hechos manantial y esperanza.
VII
Se me permite verte volar...
28 de octubre 2023
Te amo Fausto González