Nadie duerma en esta casa,
ni el vaho frío que se cuela por la ventana
donde el gato sube a maullar;
ni cese el golpe de la lluvia en los tejados
mientras mis andenes posean
las salpicaduras de tu miel,
y entre rosas amarillas y orquídeas
me recuerden tu firma
como aquella tarjeta en abril.
Nadie duerma en esta casa
de paredes húmedas y blandas,
ni se vaya el vapor de las caricias
que opaca el espejo;
ni las aves mueran en la puerta
heridas por la boca de los cazadores;
que la vida forme surcos
como tropas enfiladas,
y tu semilla fecunde una estrella azul
en este invierno.
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