Mi madre es noble y altanera,
flor de loto inmaculada en medio del fango.
Ella vino después que mis abuelos
abrieran hueco en la tierra
para escapar de los rifles rojo-azules.
El mundo la hizo rodar loma abajo
como un juego infantil
que raspa manos y pela rodillas.
En la ciudad tocó puertas
para vender arepas,
reinó por un día,
y gobernó en la escuela donde
dejó muchos sueños bajo el pupitre
y aprendió taquigrafía para escribir poemas.
Sus cicatrices están latentes como patriota:
tiene bajo su clavícula incrustada una bala
de la noche funesta
que marcó su memoria.
Ella, torre fuerte, cantera,
ella, audaz gacela
sigue siendo el leño encendido
que aviva nuestro hogar.
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