miércoles, 28 de abril de 2021

La balanza




Hay un pupitre, un cuaderno

y una tinta de arco irisen el soliloquio de un niño

frente al espejo roto:

no tiene cordones que amarrarse, 

solo el polvo pintando su cara. 

Los luceros, el aroma cenizo

de un barrio vecino atraviesan su techo

a la hora del fogón sin leña

le sabe a limonada en el estío; 

sueña el respiro saludable

en medio de su tos,

su infancia rueda

en un balón improvisado. 

Hay un traje, nueva tecnología

y unas vacaciones de verano

en el monólogo de un niño

frente al cristal tallado:

eleva su grito en los jardines, 

mira el alto de las cúpulas, 

va al banquete

y aborrece la mitad de su comida,

ve su rostro distorsionado

en las fuentes diáfanas;

tal vez entienda que puede irse todo 

como la mascota que un día se escapó.

En el terremoto tiembla

la cuchara de palo y la de plata,

se cae el jarrón y la chatarra, 

el paisaje devela su vergüenza, 

el luto de su explotación, 

y las migajas de foráneos

no son costales de arena,

ni siembran árboles

en la ladera de la inundación.

¿Por qué vendes la patria de tus hijos? 

Bebe del pozo de la clarividencia, 

reparte los panes sin la vieja levadura, 

no sea que se desplome la montaña  

y resbale el obrero

que da vapor a tu fábrica,

no azuces la inclemencia 

porque eres un rescoldo

a punto de ser humo.

 

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