Todo era un caos:
vagaba a tientas como un hombre que de repente se queda ciego,
yo era como un ente que el mundo no entendía, algo menos que el barro;
una constante orfandad me consumía.
El desorden era evidente,
lazos de esclavitud me acordonaron,
dardos lastimaban mis invisibles pies
y era fácil tambalearse
y tratar de reír para nadie
y para nada.
La anchura de los abismos me aprisionaba, entonces, hace cuatro mil quinientos millones de años,
con la mente envejecida y con escombros:
clamé por un baño de la Luz,
por el agua de la Luz,
por el fuego de la Luz y por su abrigo,
por la multiplicidad de los organismos vivos
para que cada poro,
para que cada tejido lo nombrara
y anhelé descansar en sus pies,
vivir en el más allá reposando en sus pies,
no necesitaba nada más.
Y una puerta descendendió en medio de la nada,
yo no esperaba entrar allí,
nadie me dijo que iría allí,
y se me concedió, sin pedirlo, escuchar al Rey.
-En los ecos del Universo,
en sus ondas,
seres inimaginados hablaban del Rey-
Por su esperanza, primero fui una célula con el rostro humedecido,
y fui evolucionando: el Rey me dió un lenguaje nuevo.
Algún día seré un Adán,
y besaré el pacto perfecto,
acariciaré un León en el paraíso.
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