Hay días en que no estoy aquí,
soy como el atalaya que todo lo observa
y pienso: ¿para qué todo esto?
las luces nocturnas y el ruido de los autos,
el sudor de la gente y la verborrea,
el afán y los aparatos electrónicos como una extensión de los dedos.
Me doy cuenta de que no somos nada
una vanidad que se mueve, nada más eso;
y pienso en el que con orgullo abate creyéndose un dios manejador de hilos ajenos,
pero ese orgullo duele y avergüenza.
A veces simplemente no pienso.
Hay días que no estoy aquí,
y me alejo de mi madre y mis hermanas
porque su angustia es mi angustia
y me canso de sentir;
hay días en que la claridad de un niño
se me vuelve subjetiva,
tan subjetiva como la paz que busco,
tan subjetiva como si los lobos y los perros me dejaran de amenazar con sus dientes.
Hay días que no estoy aquí,
y me siento dopada
como quien se levanta a deshoras y ya se acaba el día y no encuentra razones para seguir,
esos días en que hay un nerviosismo extraño en el aire,
y el aire se percibe lento, detenido
como una pausa en el tiempo.
Hay días que necesito apagar mi voz
no gritar, no quejarme, no decir nada, alejarme del mundo y ser solo ausencia
como si viviera en el silencio de Dios.

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