Entro en tu materia blanca,
en tu luminosa espesura;
me hundo en las ondas insondables
de estas aguas densas.
Soy grana del paraíso
aromando la tierra y las tortas
para los humildes;
la raíz avellana sanando
la circulación, desinflamando
la entraña herida,
repartiendo la consolación.
Me llamaste entre las islas,
de entre los emigrados;
bendijiste mi sangre parda
que atravesó el suelo del bosque,
serpenteó las dunas,
se bañó de nieve
y cruzó los mares de Edén.
Bienaventurados mis hermanos,
con ellos me gozo
los sueños solemnes,
las visiones de tu gloria,
el sonido de la bocina
proclamando la victoria.
Oh, qué fortuna! es esa de mirar
en tus letras de plata,
en tus fuentes de oro
de la Vida Eterna
y perderse a perpetuidad
en las piedades de tu misterio,
ejercer el ministerio.
Aleluya!

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