El reloj rayaba las diez
y el desayuno estuvo dispuesto en la mesa
el conserje me acompañó a apaciguar la espera
mientras untaba un trozo de mantequilla a mis ansias
para pasar el alimento que se atragantaba
luego limpié mis labios
quienes serían maestros
en la hora en que emanan los azahares.
La puerta del Hotel traía tu aroma de viajero
ninguna parada de tren fue más precisa en la estación
que ese latido intenso que te presagiaba
en el aire frío
en las corrientes del viento
que erizaban mi piel.
Decidí entonces recurrir a aquellas
señales
que te condujeron a mí por primera vez
Tejí para ti una gran red de araña
empuñé un carbón
y empecé a escribir sobre una piedra
la eché a rodar hasta la puerta
como un sortilegio que besaría tu pies.
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