Quiero entrar al Lugar Santísimo donde está el Maná del cielo, el que no vio descender Moisés.
¡El velo se rasgó en el templo!
Bajo la tiniebla de la ignorancia, algunos atendieron la voz de destruir el templo: la carne fue abatida, y en tres días a la diestra del Padre, en gloria su Vida fue restituida.
¡El velo se rasgó en el templo!
Y antes de entrar pasaré por la fuente
No se puede derramar una gota del vino reservado para los humildes.
Quien menosprecia la Vid, en verdad está ciego. Solo se puede pisotear el oro del mar, solo se puede echar abajo la mentira y lo fatuo.
Si tuviera de David la herencia para ser parte del más hermoso olivo, o si tuviera en mi alma la predicación de Pablo para ser un gentil que disfrutó el final banquete. ¡Oh, sí, lo he soñado! La bandeja con la comida delicada y perfecta como postres, la bandeja que sigue completa, aunque haya probado un toque de esas mieles.
¿Quién pagará ese precio, el precio del tesoro escondido que se paga sin dinero?
Pero mis ropas tienen ese aroma de rama silvetre que se añade al olivo perenne.
¡Ay de mis ropas, las que yo traía! Cuando era vieja, ante el fuego sucumbieron.
Pero en esas lágrimas se cayeron las escamas de sal (de la esposa de Lot): las dudas, el descontento por mirar atrás.
Y que decir de la daga que me quitaron las enfermeras en el tabernáculo, esa daga que me atravesaba la infancia, ese mareo, esa náusea, esa venda por la que tambeleaba: mis lamentaciones.
Cantaré que si hay Justicia, si hay Justicia porque vi Canaán, y los gigantes ya no eran los gigantes, solo columnas del templo restituido.
¡El velo se rasgó en el templo!
Y la novia elegida se engalana con el vestido blanco satinado, de piedras preciosas hasta sus pies, aunque tiene ondas no se arruga, tampoco se le ven los pies.
¿Quién fuera aquella que viste de novia, y su vestido no envejece?
La novia ciertamente es alta, yo vi su vestido. Ella debió haber alcanzado la estatura del novio hecho carne.