El rayo dorado mordiendo el tronco de un árbol anochecido,
las sombras de las hojas a contraluz tejiendo telarañas;
los crisantemos cantando al medio día pese al invierno;
la araña naranja desdibujando el azul del viento,
mientras respiro en blanco y negro.
Las epístolas dobladas en la memoria,
atadas con los nudos de la garganta;
el polvo del desierto en el olfato para hacer sangrar la nariz;
y una voz de un trazo claroscuro sobre mis sienes
como líneas de amor en un libro enmohecido.
La mudez colgada en cada imagen del cuarto,
y esa temperatura que puede incendiarlo todo;
tanta soledad nombrándote,
tanto de mí llamando a la nada,
y el caos golpeando las paredes.
La luna como un faro intenso reverdeciendo la noche,
abriendo paso en esta selva;
y al amanecer, los cuervos besándome los ojos.
La abeja de dos alas fundida
en polvo de manzana, moribunda,
y su corazón en equilibrio con la tierra;
si le hubiere salvado la rama
y esa amistad que nos unía...
La casa con el techo tambaleando;
las nanas que canto en mi sollozo;
aquí se baila la melancolía de las margaritas,
en esta geometría que descifran
los que caminan la ausencia, los sabios y los autistas.
24 dic 2021