Trepa los muros para hallar la estrella
entre las tinieblas;
se balancea en su columpio de niebla,
hala el halo de la noche y se arropa.
Se esconde bajo la falda
de un monte más elevado que el Olimpo,
quiere beber la lava inextinguible
porque le arde su llama en tierra
como si hubiesen mutilado sus flores.
Toca la puerta del resplandor;
el arado ha valido la pena
y reposa en el suelo acolchado;
un árbol se inclina para ofrendar los frutos,
ahí nada es viejo ni magullado,
todo se viste de una nieve blanquísima:
tal vez una escarcha dulce
que acobardó los miedos hasta que huyeran,
y solo ruedan las lágrimas de regocijo
como un perfume finísimo sacado del alabastro;
por fin se aferra a la raíz de la zarza incandescente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario