Los milagros existían bajo los soles de sus manos,
y su pecho fue una nube provocándome
a abandonar esa tierra de raíz amarga.
Soñé sobre las hojas restantes del calendario,
luego el olvido vino a borrar la noche vieja
y larga del grito y la hecatombe.
Plegué el acordeón de la espera
buscando esas notas de locura y melancolía,
esa voz de juglar que sedujo los cerrojos de la puerta.
Escurrí los trapos que absorbieron
el cansancio de los lomos doblados,
esa agua turbia que goteaba en la casa,
la que cesa cuando cantan las doncellas.
Fui una piedra cayendo en el lago cristalino;
la flor de algodón madurando bajo el cielo azul de su sonrisa.
Peregriné siguiendo el humo de sus aromas,
ese fuego traído para encender los siete brazos de mi candelero.
16 dic 2022